Femminismi
mi cuerpo: de zona de conflicto a territorio de placer
Categories: Malapecora

pequeño monologo que presenté al Cabaret Una alegria pa’l cuerpo organizado por Les Atakas

cc miriam cameros
(imagen de Miriam Cameros)

Nuestros cuerpos están construidos socialmente como fronteras y, aún deseandolo mucho, es bastante difícil transformar algo que nos enseñan a percibir como límite en un puente que nos conecte entre nosotras.
Esto es lo que yo siempre he deseado hacer. Y aunque al mirarme – con lo buena que estoy, vamos – nadie lo diría, tengo que confesar que no ha sido fácil.

MI CUERPO, MI CUERPO, MI CUERPO, DONDE YO MANDO!
Esto no lo digo yo, es una frase de la Pornoterrorista y cuando la dice ella, yo me lo creo.
La verdad es que me ha costado bastante trabajo sentirme dueña de mi cuerpo y aunque tampoco dueña es una palabra que me guste, porque el cuerpo es mucho más de una cosa que nos pertenece.
Es la primera interfaz que nos pone en comunicación con el mundo y que por esta razón intentamos llenar de signos que comuniquen quienes somos y queremos ser – y que a veces, no obstante las mejores intenciones, significa a pesar nuestro.
No hay fucking manuals ni tutoriales de youtube que nos enseñen como utilizar esta herramienta…

El cuerpo es un campo de batalla que a veces nos cuesta una vida entera convertir en un campo de juegos.

Yo, de pequeña, siempre fui demasiado grande. No era de estas niñas menudas y delgadas que los adultos amaban coger en los brazos. Era siempre la más alta entre mis compañeras y sufria mucho por el hecho de ser considerada grande a partir de la primera mirada.
Yo me sentia pequeña – porqué de hecho, lo era – y me hubiera encantado ser llevada en los brazos, lanzada en el aire, considerada una cosita que se merecia todo el cariño y las gilipolleces que – lo descubriria con los años – tanto hacian sufrir mis amiguitas bajitas (que a veces estaban hasta el coño de ser tratadas como cositas)

La vida como cuerpo se configura muchas veces así: queremos ser como no somos y envidiamos a las otras cosas que nos parecen super chulas solo porque no las tenemos.
Me topé violentamente con esta paradoxa cuando me explotaron las tetas.
Fue un hecho repentino y casi sobrenatural. Un día me fui a dormir sin tetas y el día después me levanté con dos melones de mucho cuidado.
Mis tetas fueron causa de la mayoría de los traumas de mi adolesciencia. Siempre llegaban unos dos minutos antes que yo.
Pero casi mas trágicas que las miradas pesadas de chicos y señores, era la incredulidad de mis colegas: Pero, como que no te gusta tener tetas? Le resultaba incomprensible mi rechazo a una parte del cuerpo que ellas deseaban y cuya falta le hacía blanco y punto de mira de las tomaduras de pelo de los chicos.
Los adolescentes son muy crueles y suelen apuntar algunas partes del cuerpo – las que le resultan fuera de lo que consideran normal – para atacar y ofender.

Mis espaldas anchas y fuertes, en los años del colegio, me hicieron ganar el apodo de TRANS. Es algo que ahora recuerdo con cariño (y hasta con una pizca de orgullo…) pero a los 15 años que tus amigos digan entre ellos que no es posible que seas una mujer porqué tiene demasiados músculos en las espaldas es bastante fuerte. Y puede herirte.

Experimenté varias veces la incomodidad de un cuerpo fuera de los estandares de mis deseos. Lo peor, fue cuando empezé a enrollarme con las chicas.
Los primeros tiempos me daba mucha verguenza implicarme físicamente con chicas que fueran más bajitas que yo. Le llamaba Complejo de Godzilla a esta sensación de encontrarme demasiado grande con respecto a las medidas de los cuerpos de las otras. Con los hombres siempre me había resultado más fácil sentirme “la pequeña” y volver a satisfacer esta gana de que me llevaran en los brazos que tenia desde la infancia.
La primera vez que fui yo a levantar a una para follarla, entendí que era agradable y deseable cambiar las cartas en la mesa, y que las dimensiones y el rol de pequeña o grande no eran, al fin y al cabo, lo importante.

Al borde de los 40 he llegado a querer mi cuerpo incómodo por lo que es. Llegada a la edad en que tendría que preocuparme mucho por las arrugas, cuando los pechos ya han empezado su inevitable caida y teniendo celulitis hasta en la barriga, me siento más guapa y mas libre que nunca. Libre de enseñar, libre de esconder, de depilarme las piernas y de enseñar bigote, de disfrazar la guerrera de zorra y la zorra de persona seria. Y viceversa.
Me siento libre, linda y loca.
Y a veces me siento un tio.
Pero lo mejor de todo es que este cuerpo, ahora, soy yo.

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